Me senté en la barra de mi bar favorito, suspiré y admití la contundente derrota que se embarraba como sal en mi herida:
Iba a extrañarlo hasta que alguien más con carácter egocéntrico se detuviera frente a mí y sonriera con los labios del mismo diablo, ignorándome.
Terminé de beber mi cerveza y observé al final de la barra a un chico de tatuajes lúgubres, él no me provocaba nada.
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