El amor corrupto – II

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Me vestí elegante para ir a visitarla esa noche, la extrañaba demasiado, quería tenerla entre mis brazos y darle un beso, en esta ocasión quería complacer a Ray y, tal vez, a mi mismo con un poco de cariño.

Pero mientras iba de camino, sentí un poco de ira, de desesperación porque tal vez me rechazaría… Yo la humillaría antes.

¡Esos dos idiotas confundiéndome!

Abrí la puerta de la habitación y la luz que adornaba era tenue, pude mirar a mi lindo juguete en aquel rincón, muy quieto y sin hacer el menor ruido ante mi presencia. Ella ya comenzaba a entender las reglas para sobrevivir.

Saeran, Ray, a cualquier de los dos, ella los amaba.

– Buenas noches, princesita. ¿Me estabas esperando?… – no se escuchó respuesta – ¿Estas sorda, tonta?.
– Buenas noches, Saeran…

El joven cerró la puerta, pero en esta ocasión no la llamó hasta el sitio en donde él estaba de pie, se reservaría los mordiscos para más tarde; así que por el sonido de la voz, sus ojos la ubicaron sentada junto a la ventana, tenía el mismo vestido que el día anterior, seguramente no se había duchado. Saeran chasqueó la lengua en forma de desaprobación y se acerco muy despacio hasta donde ella se encontraba.

– ¿Necesitas que venga también por la mañana para que te bañe yo mismo? Apestas, han pasado un par días y ese asqueroso olor tuyo me desquicia… – la tomó de la muñeca con brusquedad y comenzó a arrastrarla hacia el baño – Ven aquí tonto juguete…

Después de entrar cerró el lugar con llave y la guardó en el bolsillo de su pantalón. El baño era amplio y «digno de la princesa que ahí tenía cautiva» se dijo a si mismo; le indicó que se pusiera de espalda al tocador y mirando hacia la tina mientras él se quitaba el saco y enrollaba las mangas de su camisa blanca.

Saeran se acercó a la tina para sentarse en la orilla, abrió las llaves del agua y se aseguró de dejarla a una temperatura agradable, no quería que la chica enfermara… Repentinamente sintió que estos cuidados los estaba provocando el idiota de Ray, ese imbécil aún sobrevivía en su interior.

Suspiró de forma audible y después de dejar a la tina llenándose, se giró hacia la mujer.

– Desnúdate y entra a la tina– ella obedeció a la primera orden sin responder una palabra.

La vista que tenía del cuerpo femenino estaba excitándolo, podía observar a través del espejo como su espalda aún estaba llena de mordidas y siguió bajando la mirada hasta donde el objeto de cristal le permitió. Sin embargo, ella no se despojó de la ropa interior, así que Saeran se acercó de inmediato y poniéndose de pie frente a la mujer la rodeó con sus brazos para alcanzar el broche del brassier en su espalda; parecía un abrazo forzado. Retiró esta prenda superior y se distrajo lamiendo los pechos que tenía a su disposición.

– Me doy cuenta que no puedes negar tu atracción por mí – succionó el pezón izquierdo y lo mordió antes de alejarse – Tus pezones están erectos.

Pellizcó el pezón derecho entre sus dedos y soltó una risa endemoniada; se agachó un poco para tomar cada orilla de la braga entre sus manos y bajarla hasta los tobillos, aprovechó para morder su vientre y deslizar su boca y nariz por toda la pierna derecha, le gustaba olfatearla aunque gritará lo contrario.

– Tú… Me gustas, pero estás lastimándome – le respondió MC mientras él aún la tocaba.

La ignoró, se levantó para irse a sentar en un costado de la tina, estaba disfrutando cada parte expuesta de la mujer.

– Entra, ya lo había ordenado… Estas siendo desobediente – la vio sumergirse al agua muy lento – ¿Quieres que te enseñe a lavarte?
– Si… – la respuesta lo sorprendió otra vez, no lo rechazaba.
– Princesa inútil.

Ella terminó por introducirse en el líquido caliente y con espuma, se sentó dando la espalda hacia el joven de cabello blanco, quien metió las manos al agua agitándola un poco.

– ¿Qué quieres que te enseñe primero? – le susurró al oído y lamió la oreja.
– Lava mi cabello…

Tomó la pequeña regadera y con mucho cuidado iba humedeciendo su cabello desde la raíz intentado no mojar su rostro. En ocasiones mirarla callada y tan dócil le provocaba ternura, ganas de ser suave con ella y mimarla.

– ¡Patético Ray – se tocó la cabeza con la mano húmeda.
– ¿Saeran? – ella se giró un poco para mirarlo.
– ¡Qué, idiota! ¿Por qué dices mi nombre? ¿Pensaste que era el cobarde? – le echó agua en el rostro como reprimenda – No me mires.

La mujer tosió un poco y se giró otra vez, lo había obedecido, pero en su interior solo sentía dolor por no poder hacer algo que ayudara al pobre Saeran.


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