Fue una incisión quirúrgica perfecta en el pecho, líneas suaves sin arruinar el par de senos. él sintió deslizar el bisturí tal cual fuese el corte sobre un delicioso pastel relleno de mermelada de fresas, y es que se hicieron presentes las líneas rojas volviéndose escurridizas y adornando en laberintos la piel fresca.
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Era un cuerpo femenino lo que yacía en la mesa de metal y con lo que él se encontraba jugando en esa enorme habitación blanca y fría, si la describe mejor, una nevera en la que apenas empieza a bajar la temperatura. Le cumplía la última petición a algún alma dañada, y el placer propio era mucho mejor.
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Levantó los pliegues de piel con ambas manos para exponer lo que había debajo, no se había molestado en usar guantes, tampoco en portar alguna bata que impidiera las manchas en sus prendas bien lavadas, blancas. Le parecía como abrir una caja enorme de regalo, pudo ver las costillas y los órganos sin mover anunciando la muerte prematura.
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Destrozar.
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Cortó cuidadosamente unas cuantas costillas y el espacio fue excelente para revolver las entrañas, entretenerse antes de atender la petición final de la lista «retirar el corazón y guardarlo en un frasco hasta que alcanzara la putrefacción». Se preguntó a quién tenía que darle ese detalle o si tendría que mantenerlo como un trofeo.
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Metió la mano justo en el centro y movió lento, palpó, apretó y siguió explorando donde no podía ver.
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Sonrió.
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Estaba arruinando la parte expuesta; el motivo de la obra.
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¿Era esa la forma en que la joven sintió la vulnerabilidad mientras respiraba?
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Un dolor que aún después de morir quiso escenificar.

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