A veces brillaba como si la vida fuese eterna bajo el sol, pero entonces aparecías y lento, doloroso, apagabas cada luciérnaga adornando mi piel. Podía escucharles crujir, podía mirarles desvanecer, podía sentir el pellizco diminuto que iba directo al corazón.
Cada lágrima que de mis ojos brotó fue un recuerdo a tu lado, y debiste mirar cuántas cayeron día tras día después de seis años a tu lado, una fantasía. Sin embargo, me aferré a la idea de lo que eras cuando tú también brillabas, en lo que podías transformarte si mi paciencia se expandía cual liga de esas que no revientan, que aguantan.
Esperé un maldito premio, mas tú continuabas rasgando mi dulzura.
Si me preguntan a quién le escribí esto, por una vez en mi vida: no hay nombre, solo memorias mezcladas y borrosas.
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