Mikey le había fastidiado lo suficiente como para que necesitara lanzarle el dorayaki y un par de puñetazos, luego de que éste asomara descaradamente la cabeza por la puerta de la habitación. Claro que lo tenía merecido, mas no lo llevó a cabo.
Soltó el envoltorio con aire de derrota.
La paciencia del más alto es admirable cuando se trata del comandante, pero aquel había pasado la línea entre lo moralmente correcto y su estupidez en esta ocasión. El idiota de sonrisa burlona le había jugado una broma bastante pesada.
Simplemente se sentó en el borde de la cama tragándose el coraje y palabras, mientras el otro cortó la distancia sigilosamente, le llenó de pequeños besos sobre el rostro, el cuello y deslizarse hasta la cintura del pantalón sin vergüenza alguna.
── ¡Basta, Mikey! ── el vice comandante se mostró enfadado, pero su voz tajante no tuvo efecto en el rubio caprichoso.
Manjiro sabe bien lo que hizo, así que de rodillas no era la típica forma de disculparse, solía emitir un capricho más en el que disimuladamente la recompensa era para el más alto.
¿Desde cuándo se reconciliaban con sexo?
Solo había sucedido dos veces a causa de los celos injustificados del menor, celos que Draken toleraba y ayudaba a enfrentar con la calma que le caracterizaba. En cambio Sano, había posado los labios por encima de la tela buscando despertar el deseo de su perro guardián, logrando acrecentar el enfado y… Una erección por desgracia.
── Debería castigarte al menos una puta vez, Manjiro.
Obtuvo un «Ken-Chin no seas tan duro» acompañado de una risita maliciosa.
Le desabotonó y bajó el zipper lentamente, deslizó la ropa interior para liberar a su novio del suplicio que significaba sentirse aprisionado por el pantalón. Draken simplemente lo miraba sin detenerlo, conteniendo un quejido de placer.
Los labios cubrieron la punta suave en un beso cálido que causó cosquillas, aunque pronto se vieron intensificadas por la manera en que Manjiro introducía el pedazo de carne entre ellos, humedeciendo con su saliva la piel adornada de venas latentes. Sus manos que habían ganado práctica de tanto toquetear a al Dragón Gemelo fueron usadas, una rodeando la parte restante del falo hasta la base para subir y bajar a un ritmo lento haciéndose dueño del más alto.
¿La otra mano del tramposo? Fue ocupada para tocarse a si mismo un poco, solo un poco.
. . .
El modo en que esa boca estaba dándole placer le molestaba al grado de sostener bruscamente los cabellos de Mikey, y obligarlo a engullir por completo su miembro; era un castigo adecuado y al parecer no hubo objeción porque la lengua le acariciaba ávidamente hasta sentir la punta chocando contra la entrada de su garganta.
No le importa si se corre en su boca o le ensucia la cara bonita, porque Mikey comienza a renegar ante su salvajismo escurriendo saliva por la comisura de sus labios…
Así que siendo brusco ha empujado la cabeza del rubio contra su pelvis elevándose por instinto, una vez más para que la coma entera mientras libera el líquido espeso y muerde su labio, no quiere gemir ruidosamente.
Deja una respuesta