Draken no tenía ni puta idea de cómo había terminado Kokonoi sobre el sofá viejo del taller postrado en cuatro y con él detrás aferrándose a la esbelta cintura, enterrando sus dedos de forma brusca mientras lo embestía.
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Y es que últimamente esa elegante fábrica de dinero con pies se invitaba solo una que otra mañana, cuando el sitio se mantenía vacío, o antes de que el gemelo dragón cerrara la cortina del local donde reparaba motocicletas.
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Koko solía charlar un poco más conforme avanzaban las visitas mientras Draken se mantenía en silencio arreglando algún motor o intercambiando las partes de una motocicleta vieja con alguna de medio uso; lo escuchaba atentamente dándole comentarios de vez en cuando, y es que se dio cuenta que todas las conversaciones se reducían a un «¿Cuándo volverá Inupi?» y para eso no existía una respuesta certera.
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Sabe que en su ausencia, ese tipo visitó a su amigo contadas ocasiones haciendo de las suyas, bastaba con haber visto a Inupi de buen humor y sin mencionar disimuladamente que añoraba a su viejo camarada.
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Después de escuchar el quejido de placer ahogado por el pelinegro, quien quiso silenciarse usando el cojín contra su rostro y apretando la tela entre sus dedos; fue que lo pensó mejor, están ahí por culpa de «no haber experimentado ese amor que sin importar el mundo estallara en pedazos, permanecerían juntos», el romance cliché que recitó a voz alta la visita.
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── No me molesta si estas pensando en alguien más o pronuncias su nombre… ── mordió su propio labio para contener un gemido ── Yo… También lo hago.
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El pequeño taller se inundó del sonido húmedo que ocasionaba golpear su pelvis a un ritmo apurado contra los glúteos de Hajime, y deslizar sus manos hacia las caderas imaginando que eran aquellas que conocía a la perfección.
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Manjiro llenó su pensamiento mientras poseía a otro cuerpo.
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