¿Cuántas veces tendría que soportar ser llamado Ken-Chin frente a un montón de idiotas?
Peor aún, animales organizando peleas clandestinas y ensuciando el nombre de su preciada pandilla.
Ya eran varios años y tenía que haberse acostumbrado ¿No? Dejar de gruñir cuando usaba ese sobrenombre en sitios públicos ¡Imposible! Sin embargo, para nada se comparó con la primera vez que le pidió ser amigos mientras le bautizaba de forma peculiar…
Y es que era un mocoso que había sido impresionado por otro mocoso de menor tamaño y cara inocente rompiendo la cara del tipo «rudo»; recuerda perfectamente haber pensando que lucía como un bicho raro y sentido pena porque creyó lo harían pedazos.
La muestra de cariño desinteresada era irrepetible; realmente admiraba a su comandante, así que chasqueó la lengua después de rendirse por enésima vez.
── ¿Qué? Aquí no me llames por ese estúpido apodo, Mikey.
Deja una respuesta